domingo, 9 de mayo de 2010

La Conferencia Mundial de los Pueblos


Leonardo Boff


Como es sabido, en diciembre de 2009 se celebró en Copenhague la Conferencia Mundial de los Estados sobre el clima. En ella no se llegó a ningún consenso porque fue dominada por la lógica del capital y no por la lógica de la ecología. Esto significa que los delegados y jefes de Estado presentes atendieron más a sus intereses económicos que a los intereses reales o globales de sus pueblos. La cuestión para ellos era: cuánto dejo de ganar aceptando preceptos ecológicos que buscan purificar el planeta, garantizar así las condiciones para la continuidad de la vida. No se veía el todo, la vida y la Tierra, sino los intereses particulares de cada país.

La lógica ecológica ve el interés colectivo, pues pretende el equilibrio entre ser humano y naturaleza, entre producción, consumo y capacidad de reposición de los recursos y servicios de la Tierra. Rompiendo esta ecuación, cosa que el modo de producción capitalista viene haciendo desde hace siglos, surgen efectos no deseados, llamados «externalidades»: devastación de la naturaleza, graves injusticias sociales, desconsideración de las necesidades de las futuras generaciones y el efecto irreversible del calentamiento global que, en el límite, puede dar al traste con todo.

En Cochabamba (Bolivia) se vio exactamente lo contrario: el triunfo de la lógica de la ecología y de la vida. Entre el 19 y 23 de abril se celebró la Cumbre Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra. Allí había 35.500 representantes de los pueblos de la Tierra, venidos de 142 países. La centralidad la ocupaba la Tierra, considerada como Pachamama, gran Madre, su dignidad y derechos, la vida en toda su inmensa diversidad (superación de cualquier antropocentrismo), nuestra responsabilidad común para garantizar las condiciones ecológicas, sociales y espirituales que nos permiten vivir, sin amenazas, en este planeta.

Las 17 mesas de trabajo, al contrario de Copenhague, llegaron a un consenso extraordinario, pues todos tenían en la mente y en el corazón el amor a la vida y a la Pacha Mama «con la cual todos tenemos una relación indivisible, interdependiente, complementaria y espiritual» como dice el documento final.

En lugar del capitalismo competitivo, del progreso y del crecimiento ilimitado, hostil al equilibrio con la naturaleza, se colocó «el vivir bien», categoría central de la cosmología andina, como verdadera alternativa para la humanidad, que consiste en vivir en armonía consigo mismo, con los otros, con la Pachamama, con las energías de la naturaleza, del aire, del suelo, de las aguas, de las montañas, de los animales y de las plantas y en armonía con los espíritus y con la Divinidad, sustentada por una economía de lo suficiente y decente para todos, incluidos los demás seres.

Se elaboró una Declaración de los Derechos de la Madre Tierra que prevé entre otros: el derecho a la vida y a la existencia; el derecho a ser respetada; el derecho a continuar sus ciclos y procesos vitales libre de alteraciones humanas; el derecho a mantener su identidad e integridad con sus seres diferenciados e interrelacionados; el derecho al agua como fuente de vida; el derecho al aire limpio; el derecho a la salud integral; el derecho a estar libre de contaminación y polución, de desechos tóxicos y radioactivos; el derecho a una restauración plena e inmediata de las violaciones infringidas por las actividades humanas.

Se previó también la creación de un Tribunal Internacional de Justicia Climática y Ambiental, con capacidad jurídica y vinculante de prevenir, juzgar y sancionar a los Estados, empresas y personas por acciones u omisiones que contaminen y provoquen cambios climáticos, y que cometan graves atentados a los ecosistemas que garantizan el «vivir bien». Se resolvió llevar los resultados de esta Cumbre de los Pueblos a la ONU para que sus contenidos sean contemplados en la próxima Conferencia Mundial que va a tener lugar en noviembre/diciembre de este año en Cancún (México).

El significado más profundo de esta cumbre es la convicción, creciente entre los pueblos, de que no podemos confiar más el destino de la vida y de la Tierra a los jefes de Estado, rehenes de sus dogmas capitalistas. Brasil lamentablemente no envió ningún representante, pues para el actual gobierno parece ser más importante la «aceleración del crecimiento» que garantizar el futuro de la vida. Esta Cumbre de los Pueblos señaló certeramente la dirección para una bio-civilización en equilibrio de todos con todos y con todo.

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